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jueves, 11 de junio de 2015

LA HISTORIA: "MAGISTRA VITAE"




            "La historia, maestra de la vida",  Lo dejó escrito Cicerón en el libro segundo de su ensayo De Oratore. Cicerón, Marco Tulio, fue un político romano de gran alcance y de no poco fracaso. Metido de hoz y coz en la alta política en tiempos violentos al final fue arrollado por los acontecimientos y víctima de su pasión republicana fue detenido y ejecutado por el poder totalitario emergente.
Y en estos días vuelvo a él entre los ecos de las elecciones pasadas, que me hacen recordar muchas referencias antiguas. Hasta el hermano menor de Cicerón le escribió un breve manual de campaña electoral para su campaña al consulado. Viejo oficio el de Asesor de Campaña Electoral.

           El texto de Cicerón dice: Historia vero testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis; como tantas reflexiones suyas es una preciosa y precisa descripción de los cinco valores más importantes de la historia. Y esto viene a cuento de que buena parte de lo que hemos vivido en los últimos años hasta hoy y también algo de mañana obedece a la fatiga ciudadana, a un cansancio y hartura que nos excede. Y en esa situación cualquier asidero funciona. Es un proceso que de vez en cuando sucede en la historia de las sociedades y de los pueblos. No es de extrañar porque esa fatiga le sobrevine a materias tan resistentes como el acero o el cemento. Menos extraño es que le pase a cualquier sociedad cuando le llega el plazo o el límite de resistencia.



                 Volviendo a lo que quería decir, de hecho mucha gente se pregunta por las causas concretas del ascenso de personas desconocidas, extrañas al juego político. En muchas listas de algunas formaciones no hay forma de conocer a nadie, son gente de la calle, vestidos como para despistar y con aire de cierto desenfado. Y que conste que con esto no juzgo, sólo señalo un fenómeno político y social. Y de hecho todas estas circunstancias juntas me han llevado una vez más a esta reflexión sobre la Historia a la que ya he recurrido más de una vez, pero los hechos recurrentes justifican la repetición del recurso. Y es que cada vez que pienso en ello me parece más concluyente y hasta más contundente el magisterio de la Historia, esa vieja profesora.

             Al comenzar sus Annales en los que aborda la historia de Roma desde la muerte de Augusto, Tácito quiere explicar el acceso al poder de Octavio, al fin y al cabo un advenedizo sin perfil y dice: (O. C. Augustus), qui cuncta discordiis civilibus fessa nomine principis sub imperium accepit  y resume con rigor y en pocas líneas los avatares del hundimiento de la República desde que César pasa el arroyo del Rubicón el 11 de enero del año 49 a.C. 


       Tácito, fino y crítico como quizás nadie en el juicio de los acontecimientos, se pregunta (¡sin osar expresarlo, claro!) cómo es posible que se llegara al extremo de que todo el poder del Estado romano viniera a las manos de ese chiquilicuatre de Octavio que lo mantuvo durante casi medio siglo. Y con la perspectiva que le dan los años que han pasado marca en dos líneas los escalones hasta el precipicio: Julio César, Pompeyo, Craso, Antonio, Lépido y… Octavio. El hundimiento estaba anunciado. 

Y no lo salva el populismo (nunca mejor dicho que aquí) de Julio César ni el más retocado de Antonio, el perfecto comunicador; y tampoco lo detiene el poder patricio y tradicional de Pompeyo, tan soberbio, ni el de Lépido, más tosco y menos hábil. Y menos aún el fulgor pasajero del poder económico de Craso con el interesado apoyo de los ricos de siempre de la Roma de siempre.

Todo está ya probado en tan sólo 22 años (del 49 al 27 a.C.) con alianzas y traiciones, con palabras vanas y altas promesas, con giros a la izquierda y con saltos a la derecha, con golpes de estado y con fiebres democráticas, con corrupciones y alianzas venales, con aclamaciones y con defenestraciones, hasta con guerras civiles por medio… donde el pueblo romano muere y sufre y se arruina sin que a él le vaya nada en esos envites bélicos, imperiales o republicanos.

Y así, remata Tácito, “cansado y agotado todo el sistema por las discordias civiles” vino a parar todo el poder a las manos de Octavio. Y el que era sólo “octavius” (el ordinal algo sugiere, como siempre) y sobrino-nieto de Julio César acaba siendo Cayo Julio César Octaviano Augusto. Ahí es nada.

No es que la gente estuviera cansada, la situación era más grave y más profunda. Tácito no habla de los ciudadanos, usa el neutro, “todo”, o sea “todo el sistema republicano”. Estaba agotado el sistema imperante, las instituciones eran incapaces de afrontar los nuevos tiempos, las ambiciones y robos se habían apoderado de la gestión de los cónsules, tribunos, pretores y cuestores… Hasta el cargo de Pontifex Maximus llegó a ser para el mejor postor y por designación interesada.

Efectivamente, “no más juego, señores”, esto está acabado, todos los niveles del sistema republicano están ya cansados y desgastados, “cuncta… fessa”..Todo queda diagnosticado en dos palabras.


                        De esta descripción para explicar la llegada de Octavio parte el historiador para narrar lo que sucede después a la muerte de Octavio, ya César y Augusto y Pontifex; y por si fuera poco,Imperator de Roma.


              La aplicación a nuestra historia reciente es muy tentadora, pero no quiero arriesgarme a sobreponer nombres a los de César, tan arrollador y tan capaz de salvar limpiamente la república; o a Pompeyo, tan creído casi con razón y prepotente; ni a los de Antonio, hábil manejador de públicos y senadores hasta creerse intocable; ni a Craso, jugando siempre con la ventaja de su fortuna; ni a sospechar quién fue ayer o será mañana el Octavio de turno, adoptivo y simplemente sobrino por más señas. Y lo que es más grave, qué le pasa a la gente, al pópulus romanus de hoy…, aunque se puede medir y diagnosticar el agotamiento (cuncta…fessa) de todos y de todo.

Invito a lectoras y lectores a jugar a equivalencias y adivinanzas en estos calurosos días de junio. Es una forma inteligente de sumar datos para interpretar correctamente algunos aspectos de lo que hoy nos sucede y de lo que va a suceder mañana, por la fuerza de los hechos como sucede casi siempre en esto de la historia.

Y a pesar de estar todo tan claro, o al menos eso parece, son los actuales malos tiempos para la historia, hasta lo más trivial de cada día, tan efímero y sin historia, invita a despreciarla ocupando su cátedra y los responsables de lo grande viven ávidamente en el hoy y suspiran por el ayer huyendo miserablemente hacia adelante. Y así andamos, sin memoria y a toda prisa.

http://blogs.periodistadigital.com/hagamos-del-mundo.php/2015/06/11/title-7556


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